Gustavo Miranda

LA VANAGLORIA DE LA VIDA

No améis al mundo, ni las cosas que están en el mundo…Porque todo lo que hay en el mundo, los deseos de la carne, los deseos de los ojos, y la vanagloria de la vida, no proviene del Padre, sino del mundo. Y el mundo pasa, y sus deseos; pero el que hace la voluntad de Dios permanece para siempre” 1 Juan 2:15-17.


Lucifer (estrella de la mañana), el ángel de Dios que adoraba y orquestaba en los cielos las alabanzas angélicas al Señor, fue un ser angelical lleno de sabiduría y acabado en perfección y hermosura, querubín grande y hermoso protector, revestido de talento y dedicado a la adoración en el trono de Dios. Desde su creación, Lucifer fue perfecto en sus caminos hasta que un día se envaneció su corazón y se encontró en él maldad; Lucifer pecó queriendo ser igual a Dios (Ez. 28:12-15).

Tú que decías en tu corazón: Subiré al cielo; en lo alto, junto a las estrellas de Dios, levantaré mi trono, y en el monte del testimonio me sentaré, a los lados del norte;  sobre las alturas de las nubes subiré, y seré semejante al Altísimo” Is. 14:13,14.


Su ambiciosa hambre de poder llevó a Lucifer a pretender usurpar el lugar de Dios. Quiso hacerse como el Altísimo. Dios lo derribó hasta el abismo:

Mas tú derribado eres hasta el Seol, a los lados del abismo” Is. 14:15.

 

Nabucodonosor, gobernaba el más grande de todos los imperios (Babilonia 630 aC.). Llegó a ser el hombre más poderoso del imperio más poderoso sobre la tierra en su tiempo. Un día paseando por el palacio real de Babilonia, el rey dijo:

“¿No es esta la gran Babilonia que yo edifiqué para casa real con la fuerza de mi poder, y para gloria de mi majestad?” Dn. 4:30.


Nabucodonosor deseó alabanza personal, buscando el enaltecimiento y gloria para sí. Pero antes de acabar su propio discurso egocéntrico, Dios reaccionó de inmediato, quitándole su trono, humillándolo y destruyendo su propia honra:

Aún estaba la palabra en la boca del rey, cuando vino una voz del cielo: A ti se te dice, rey Nabucodonosor: El reino ha sido quitado de ti; y de entre los hombres te arrojarán, y con las bestias del campo será tu habitación, y como a los bueyes te apacentarán; y siete tiempos pasarán sobre ti, hasta que reconozcas que el Altísimo tiene el dominio en el reino de los hombres, y lo da a quien él quiere”  Dn. 4:31,32.

 

En la Parábola del granjero rico, narrada por Jesús a sus discípulos, el granjero aumentó sus cosechas tanto que no tenía donde almacenarlas. En su deseo incesante de placer, pensó demoler sus viejos graneros para construir unos nuevos con mayor capacidad. Sentía que tenía su futuro asegurado por su gran talento y dedicación a su trabajo.

La heredad de un hombre rico había producido mucho. Y él pensaba dentro de sí, diciendo: ¿Qué haré, porque no tengo dónde guardar mis frutos? Y dijo: Esto haré: derribaré mis graneros, y los edificaré mayores, y allí guardaré todos mis frutos y mis bienes; y diré a mi alma: Alma, muchos bienes tienes guardados para muchos años; repósate, come, bebe, regocíjate” Lc. 12:16-19.


Pero Dios le dijo: “Necio, esta noche vienen a pedirte tu alma; y lo que has provisto, ¿de quién será? Así es el que hace para sí tesoro, y no es rico para con Dios” vv. 20,21.


Las ambiciones mundanales (poder, alabanza y placer) de estos tres ejemplos, son hasta nuestros días, las glorias humanas que busca el hombre natural. Ninguno de estos deseos carnales produce satisfacción al alma humana, todos conducen a la destrucción.


La verdadera grandeza y satisfacción en la vida solo la puede dar Dios, quien sacia toda necesidad del ser humano que se acerca en humildad ante él.


No busques la grandeza que te ofrece el mundo, mejor humíllate bajo la poderosa mano de Dios, decide caminar en su voluntad, este es el camino a la verdadera y eterna felicidad.


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Pastor Gustavo Miranda

Pastor en Iglesia Bautista Berea en Gómez Palacio, Dgo.
Doctor en Teología, maestro en educación y ministro de música y adoración.

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