Los padecimientos de Cristo, su ejemplo y nuestro llamado
”Pues para esto fuisteis llamados; porque también Cristo padeció por nosotros, dejándonos ejemplo, para que sigáis sus pisadas; el cual no hizo pecado, ni se halló engaño en su boca; quien cuando le maldecían, no respondía con maldición; cuando padecía, no amenazaba, sino encomendaba la causa al que juzga justamente; quien llevó él mismo nuestros pecados en su cuerpo sobre el madero, para que nosotros, estando muertos a los pecados, vivamos a la justicia; y por cuya herida fuisteis sanados. Porque vosotros erais como ovejas descarriadas, pero ahora habéis vuelto al Pastor y Obispo de vuestras almas” 1 Pedro 2:21-25.
Quién mejor que
Pedro, quien fue testigo presencial y ocular de los padecimientos de Cristo,
para describir el profundo sufrimiento del Señor en los últimos momentos de su
agonía. Pedro estuvo presente en el patio de la casa del sumo sacerdote Caifás,
a donde Jesús fue llevado después de su arresto en el Getsemaní, allí sería
cruelmente castigado para después ser llevado a la crucifixión.
Dentro del plan
soberano de Dios, estaba escrito que Cristo padeciera en todo sentido humano,
los estragos por pagar la libertad espiritual de quienes en un futuro
llegáramos a creer en su mensaje de salvación. El apóstol Pedro explica que en
otro tiempo éramos ”ovejas descarriadas”, estábamos ”muertos a los
pecados”, pero Cristo, por medio de su obra expiatoria, nos ha ”vuelto
al Pastor y obispo de nuestras almas”; por su herida ”fuimos sanados”
y ahora podemos “vivir a la justicia” (vv. 24,25).
El castigo sobre
su cuerpo adquiere un significado singular al reconocer que fue el único cuerpo
que nunca había pecado en la historia humana; Cristo no conoció pecado, pero por
nosotros se hizo pecado para que nosotros fuéramos hechos justicia de Dios en
él (2 Co. 5:21); por nosotros se hizo maldición (Ga. 3:13) y cargó las culpas
del pecado para imputarnos su justicia, la única justicia aceptable ante el
Padre, siendo él, el Cordero Santo, que limpia el pecado del mundo.
"Cristo
nos redimió de la maldición de la ley, hecho por nosotros maldición" Ga.
3:13.
Jesús siendo
completamente inocente y sin pecado, asumió sobre sí la maldición que nos
correspondía debido a nuestra desobediencia a la ley de Dios. Cristo recibió el
justo castigo por nuestro pecado, Él lo asumió en su cuerpo.
En el contexto de
la crucifixión, cuando Jesús colgaba en la cruz, cargaba sobre sí todo el peso
de la maldad humana, el pecado del mundo entero.
El Cordero sin
mancha se ofreció como sacrificio para limpiar el pecado del mundo, y su
sacrificio es el único que puede satisfacer la justicia perfecta de Dios,
porque solo Él, siendo sin pecado, podía pagar el precio por el pecado de la
humanidad.
El sacrificio de
Cristo, por tanto, no solo es un acto de amor y obediencia a la voluntad del
Padre, sino también una acción de justicia. La justicia de Dios, que demanda
que el pecado sea castigado, es satisfecha en la cruz, y, al mismo tiempo, la
misericordia de Dios se derrama sobre nosotros al imputarnos la justicia de
Cristo.
La humanidad
santa, muerte y resurrección del Señor adquieren un valor eterno por la
redención de nuestras almas, pues la victoria sobre la muerte y sobre el
pecado, enemigos acérrimos del hombre, ya fueron vencidos por el gran
Libertador espiritual, quien además abrió la puerta del cielo y el acceso al
Padre por medio de su obra expiatoria.
No hay nada que
podamos hacer para ganarnos la salvación; solo podemos recibirla como un regalo
gratuito, dado por la gracia de Dios a través de la fe en el sacrificio de
Cristo. Él es el único que puede limpiarnos de todo pecado y presentarnos
"santos e irreprensibles" ante el Padre (Col. 1:22).
Así, la cruz es
el lugar donde la justicia y la misericordia de Dios se encuentran, y donde,
por medio de Cristo, recibimos la reconciliación y la salvación que
necesitamos. ¡Qué maravilloso y asombroso es entender que, a través de su dolor
y sufrimiento, hemos sido hechos justos ante los ojos de Dios!
Volviendo al tema
del sufrimiento, cuando Jesús tomó en nuestro lugar, el castigo de la cruz, lo
hizo con una actitud de paciencia y humildad. Su actitud ante el dolor y el
sufrimiento injusto no fue de inconformidad o reclamo. El apóstol Pedro
explica:
”quien cuando
le maldecían, no respondía con maldición; cuando padecía, no amenazaba, sino
encomendaba la causa al que juzga justamente” v. 23.
Para reflexionar:
El apóstol Pedro nos llama a imitar esta actitud de Cristo, una actitud correcta ante el sufrimiento, ejemplificada en la vida más admirable que jamás ha existido, quien es nuestro ejemplo de vida, nuestro Señor, nuestro Libertador y nuestro Eterno Salvador.