Gustavo Miranda

Los padecimientos de Cristo, su ejemplo y nuestro llamado

Pues para esto fuisteis llamados; porque también Cristo padeció por nosotros, dejándonos ejemplo, para que sigáis sus pisadas; el cual no hizo pecado, ni se halló engaño en su boca; quien cuando le maldecían, no respondía con maldición; cuando padecía, no amenazaba, sino encomendaba la causa al que juzga justamente; quien llevó él mismo nuestros pecados en su cuerpo sobre el madero, para que nosotros, estando muertos a los pecados, vivamos a la justicia; y por cuya herida fuisteis sanados. Porque vosotros erais como ovejas descarriadas, pero ahora habéis vuelto al Pastor y Obispo de vuestras almas” 1 Pedro 2:21-25.

 

Quién mejor que Pedro, quien fue testigo presencial y ocular de los padecimientos de Cristo, para describir el profundo sufrimiento del Señor en los últimos momentos de su agonía. Pedro estuvo presente en el patio de la casa del sumo sacerdote Caifás, a donde Jesús fue llevado después de su arresto en el Getsemaní, allí sería cruelmente castigado para después ser llevado a la crucifixión.

 

Dentro del plan soberano de Dios, estaba escrito que Cristo padeciera en todo sentido humano, los estragos por pagar la libertad espiritual de quienes en un futuro llegáramos a creer en su mensaje de salvación. El apóstol Pedro explica que en otro tiempo éramos ”ovejas descarriadas”, estábamos ”muertos a los pecados”, pero Cristo, por medio de su obra expiatoria, nos ha ”vuelto al Pastor y obispo de nuestras almas”; por su herida ”fuimos sanados” y ahora podemos “vivir a la justicia” (vv. 24,25).

 

El castigo sobre su cuerpo adquiere un significado singular al reconocer que fue el único cuerpo que nunca había pecado en la historia humana; Cristo no conoció pecado, pero por nosotros se hizo pecado para que nosotros fuéramos hechos justicia de Dios en él (2 Co. 5:21); por nosotros se hizo maldición (Ga. 3:13) y cargó las culpas del pecado para imputarnos su justicia, la única justicia aceptable ante el Padre, siendo él, el Cordero Santo, que limpia el pecado del mundo.


"Cristo nos redimió de la maldición de la ley, hecho por nosotros maldición" Ga. 3:13.


Jesús siendo completamente inocente y sin pecado, asumió sobre sí la maldición que nos correspondía debido a nuestra desobediencia a la ley de Dios. Cristo recibió el justo castigo por nuestro pecado, Él lo asumió en su cuerpo.

 

En el contexto de la crucifixión, cuando Jesús colgaba en la cruz, cargaba sobre sí todo el peso de la maldad humana, el pecado del mundo entero.

El Cordero sin mancha se ofreció como sacrificio para limpiar el pecado del mundo, y su sacrificio es el único que puede satisfacer la justicia perfecta de Dios, porque solo Él, siendo sin pecado, podía pagar el precio por el pecado de la humanidad.

 

El sacrificio de Cristo, por tanto, no solo es un acto de amor y obediencia a la voluntad del Padre, sino también una acción de justicia. La justicia de Dios, que demanda que el pecado sea castigado, es satisfecha en la cruz, y, al mismo tiempo, la misericordia de Dios se derrama sobre nosotros al imputarnos la justicia de Cristo.

La humanidad santa, muerte y resurrección del Señor adquieren un valor eterno por la redención de nuestras almas, pues la victoria sobre la muerte y sobre el pecado, enemigos acérrimos del hombre, ya fueron vencidos por el gran Libertador espiritual, quien además abrió la puerta del cielo y el acceso al Padre por medio de su obra expiatoria.

 

No hay nada que podamos hacer para ganarnos la salvación; solo podemos recibirla como un regalo gratuito, dado por la gracia de Dios a través de la fe en el sacrificio de Cristo. Él es el único que puede limpiarnos de todo pecado y presentarnos "santos e irreprensibles" ante el Padre (Col. 1:22).

Así, la cruz es el lugar donde la justicia y la misericordia de Dios se encuentran, y donde, por medio de Cristo, recibimos la reconciliación y la salvación que necesitamos. ¡Qué maravilloso y asombroso es entender que, a través de su dolor y sufrimiento, hemos sido hechos justos ante los ojos de Dios!

 

Volviendo al tema del sufrimiento, cuando Jesús tomó en nuestro lugar, el castigo de la cruz, lo hizo con una actitud de paciencia y humildad. Su actitud ante el dolor y el sufrimiento injusto no fue de inconformidad o reclamo. El apóstol Pedro explica:

quien cuando le maldecían, no respondía con maldición; cuando padecía, no amenazaba, sino encomendaba la causa al que juzga justamente” v. 23.

 

Para reflexionar:

El apóstol Pedro nos llama a imitar esta actitud de Cristo, una actitud correcta ante el sufrimiento, ejemplificada en la vida más admirable que jamás ha existido, quien es nuestro ejemplo de vida, nuestro Señor, nuestro Libertador y nuestro Eterno Salvador.

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Pastor Gustavo Miranda

Pastor en Iglesia Bautista Berea en Gómez Palacio, Dgo.
Doctor en Teología, maestro en educación y ministro de música y adoración.

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