Adoptando la misma actitud que tuvo Cristo
”Puesto que Cristo ha padecido por nosotros en la carne, vosotros también armaos del mismo pensamiento; pues quien ha padecido en la carne, terminó con el pecado, para no vivir el tiempo que resta en la carne, conforme a las concupiscencias de los hombres, sino conforme a la voluntad de Dios” 1 Pedro 4:1,2
En estos versos (1 Pedro 4:1-2), el apóstol Pedro nos
exhorta a adoptar la misma actitud que Cristo tuvo al estar dispuesto a sufrir
en la carne por causa del pecado. La intención de Pedro no es que debamos morir
en una cruz como lo hizo Cristo, quien padeció en Su cuerpo en la lucha contra
el pecado, sino más bien, nos llama a una disposición diaria de lucha contra el
pecado en nuestras propias vidas.
Como seguidores de Cristo, estamos llamados a
participar en Su sufrimiento, renunciando a los deseos carnales y viviendo con
el propósito de hacer siempre la voluntad de Dios. Este compromiso nos exige
una transformación interior que nos permita, no solo resistir las tentaciones
de la carne, sino también alinearnos completamente con los principios del Reino
de Dios, buscando reflejar Su carácter en nuestras acciones y decisiones
diarias.
El cristiano tiene un llamamiento de parte
de Dios a tener una actitud de compromiso con el evangelio, a estar dispuestos
a padecer en la carne a fin de buscar la gloria de Dios en su vida.
Diariamente, estamos expuestos a toda clase de
seducciones del mundo que buscan ganar la batalla contra nuestra santidad y
compromiso con Dios. Sin embargo, como creyentes, somos bendecidos con la
presencia constante del Espíritu de Dios, quien nos fortalece en nuestras
luchas diarias. Él nos da el poder espiritual necesario para vencer en el
espíritu lo que en nuestra carne parecería imposible de superar.
Reconocemos, desde nuestra perspectiva humana, que
somos vulnerables a todo tipo de ataques seductores del enemigo. No obstante,
el llamado del apóstol Pedro es claro: debemos ser firmes en nuestro compromiso
con el Señor, armándonos con el mismo pensamiento y la misma resolución que
tuvo Cristo. Esto implica no ceder ante los deseos carnales intempestivos que
buscan alejarnos de la voluntad de Dios, recordando que donde Cristo ya
triunfó, nosotros también podemos tener victoria.
El sufrimiento y la lucha contra el pecado no son en
vano, ya que, con la ayuda del Espíritu Santo, podemos vivir de acuerdo a la
voluntad de Dios, resistiendo las tentaciones que nos acechan, y demostrando
con nuestras vidas que somos más que vencedores en Cristo.
El apóstol Pedro añade que quien tiene un compromiso
serio con Cristo ha hecho una ruptura definitiva con el pecado. Esta realidad es
una clara evidencia de una fe auténtica, una fe viva y verdadera. Es la señal
visible de alguien que ha sido transformado por el poder del evangelio y ha
renacido a una nueva vida en el Señor.
Vivir alejados del pecado no significa perfección sin
fallos, sino una dirección de vida marcada por el arrepentimiento, la
obediencia y el deseo constante de agradar a Dios. El verdadero creyente no
cohabita con el pecado, sino que lo combate, lo confiesa y se aparta de él,
evidenciando así que ha sido regenerado por el Espíritu Santo y ahora camina
conforme al sentir de Cristo.
¿Cuánto estás dispuesto a padecer en la carne a fin de buscar la gloria de Dios en tu vida?