¿De quién es la culpa?
“Al pasar Jesús, vio a un hombre ciego de nacimiento. Y le preguntaron sus discípulos, diciendo: Rabí, ¿quién pecó, este o sus padres, para que haya nacido ciego? Respondió Jesús: No es que pecó este, ni sus padres, sino para que las obras de Dios se manifiesten en él.” Juan 9:1-3
Los discípulos de Jesús, al ver al ciego de nacimiento, se formularon
una pregunta cargada de razonamientos teológicos y humanos, buscando una causa
para el sufrimiento del desdichado varón: "Maestro, ¿quién pecó, este o
sus padres, para que haya nacido ciego?" (Juan 9:2). En su mente, el
sufrimiento debía tener una causa directa, y pensaban que la ceguera del hombre
tenía una causa moral, que podía ser el resultado de algún pecado, ya fuera de
él mismo o de sus padres.
Los discípulos estaban seguros que ante tal desdicha debía
existir un pecador, un culpable de tal desgracia; su razonamiento los conducía a
creer que el ciego pudo haber pecado antes de nacer (algunos judíos sostenían
la creencia de la preexistencia del alma, quien pecaba podía nacer nuevamente
con alguna desgracia).
Es cierto que el pecado, trae consigo consecuencias
devastadoras, afectando la salud, las relaciones personales, las familias, la
economía, y muchas otras áreas de la vida. El pecado tiene efectos destructivos
en el mundo, y la Biblia nos muestra cómo el pecado es responsable de muchas de
las aflicciones humanas. Sin embargo, la respuesta de Jesús ante la pregunta de
los discípulos nos invita a reflexionar sobre un enfoque más profundo y
específico acerca del sufrimiento y el propósito divino.
“Respondió Jesús: No es que pecó este, ni sus padres, sino
para que las obras de Dios se manifiesten en él” v. 3.
Jesús reveló que el sufrimiento del ciego no estaba
relacionado con el pecado directo, sino que era una oportunidad para que la
gloria de Dios se mostrara a través de su sanación. De este modo, Jesús subraya
que la perspectiva divina va más allá de nuestras limitadas comprensiones y que
a veces el sufrimiento puede tener un propósito más grande en el plan de Dios.
¡La ceguera del hombre formaba parte del Plan de Dios! Dios
había permitido esta penosa situación en la vida del hombre para manifestar su
Gloria y su grandeza, su poder y su autoridad.
Del mismo modo, la pregunta ante nuestras aflicciones no debe
ser: ¿porque a mí Señor?, sino debería ser: ¿para qué Señor? ¿Con qué propósito
sucede esto? ¿Cómo se manifestará tu gloria en mi vida en medio de esta difícil
circunstancia?
El hombre no podía ver a Cristo, pero Cristo siempre lo vio a
él; Jesús una vez más, tuvo compasión de la gente, sintió su necesidad y, por medio
de sus métodos incomprensibles, resolvió la situación del desdichado. Más que
desventurado, el hombre fue Bienaventurado, pues sin haber visto nunca a nadie,
al abrir sus ojos se encontró con el Hijo de Dios. El hombre, ahora afortunado,
llegó a ser el instrumento para expresar la autoridad de Cristo sobre las
tinieblas, testificado a todos los presentes de las majestuosas obras del Señor:
“Entonces los vecinos, y los que antes le habían
visto que era ciego, decían: ¿No es este el que se sentaba y mendigaba? Unos decían: Él es; y otros: A él se
parece. Él decía: Yo soy. Y le dijeron: ¿Cómo te fueron abiertos los ojos?” vv.8-10.
En una aplicación espiritual, Jesús es la luz del mundo, y
quien está en él, ya no anda en tinieblas, sino que tiene la luz de la vida (Jn.
8:12). Así como este hombre de la historia que vivió toda su vida sin visión ni
propósito siendo un mendigo en las calles, y al encontrarse con Jesús, este
cambió su historia, el Señor quiere transformar tu vida para darle valor, él
quiere darte visión espiritual, él es la luz del mundo, deja que su luz te ilumine
y su Gloria resplandezca en tu vida.
? Señor, te pido con humildad que me ayudes a ver más allá de mis dificultades. Enséñame a ver tu gloria en medio de mis adversidades. Cumple en mi tu propósito y manifiesta tu poder en medio de las pruebas que experimentamos.