AMADOS PARA AMAR
“Amados,
amémonos unos a otros; porque el amor es de Dios. Todo aquel que ama, es nacido
de Dios, y conoce a Dios. El que no ama, no ha conocido a Dios; porque Dios es
amor. En esto se mostró el amor de Dios para con nosotros, en que Dios envió a
su Hijo unigénito al mundo, para que vivamos por él. En esto consiste el amor:
no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó a nosotros, y
envió a su Hijo en propiciación por nuestros pecados. Amados, si Dios nos ha
amado así, debemos también nosotros amarnos unos a otros. Nadie ha visto jamás
a Dios. Si nos amamos unos a otros, Dios permanece en nosotros, y su amor se ha
perfeccionado en nosotros.” 1 Juan 4:7-12
La antigua
oración griega comenzaba: ”agapetoi agapomen”, esto es: “los que son amados, amémonos”.
El amor de
Dios (agape), es un amor sacrificial, entregado, desinteresado, es el
tipo de amor que no espera ninguna retribución; Dios nos amó de tal manera que
sacrificó a su Hijo por nosotros. Humanamente no podemos entender ese nivel ni
profundidad de la expresión de este divino amor; solo a través del Espíritu
podemos ser capaces de comprender la anchura, la longitud, la profundidad y la
altura de ese excelso amor, un amor que excede a todo conocimiento (Ef.
3:17-19).
El amor es
la esencia de Dios, describe su corazón y carácter. Dios es la fuente de todo
amor, de él emana. Él nos ama no porque seamos objetos merecedores de ese amor,
sino por su misma naturaleza divina, él es amor.
Cuando la
persona ha nacido de Dios (nacido de nuevo), el amor ha sido sembrado en su
corazón, la gracia de Dios se ha derramado en su vida, y como consecuencia,
demuestra ese amor a las personas que le rodean. Amarnos como hermanos, unos a
otros, es el resultado de ser amados; el amor recibido del Padre es la
provisión con la cual amamos a los demás.
Esta
reflexión nos lleva a distinguir entre el amor puro y genuino de Dios, del
falso amor que ofrece el mundo. El “amor” que ofrece el mundo es un amor
egoísta, pasajero, volátil, efímero; el mundo ha tergiversado tanto el concepto
de lo que es el amor, lo han abaratado y por tanto, ha sido mal comprendido. El
verdadero amor nace de Dios, es un don permanente, limpio y santo.
Ese amor
con el cual somos exhortados en este pasaje a demostrarnos (1 Juan 4:7-12), no
es un logro humano, es de origen divino, y todo aquel conoce a Dios, tiene
inherente esa divina capacidad de amar.
El amor de
Dios en nuestros corazones crece conforme crecemos en su gracia, esto es, que a
medida que crezcamos en el Señor, nuestro amor hacia los demás también crece y
se perfecciona (1 Jn. 4:12); podemos amar más entregadamente, incondicionalmente,
desinteresadamente, en tanto que estamos más cerca de Cristo y Su Palabra.