Gustavo Miranda

AMADOS PARA AMAR

 “Amados, amémonos unos a otros; porque el amor es de Dios. Todo aquel que ama, es nacido de Dios, y conoce a Dios. El que no ama, no ha conocido a Dios; porque Dios es amor. En esto se mostró el amor de Dios para con nosotros, en que Dios envió a su Hijo unigénito al mundo, para que vivamos por él. En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó a nosotros, y envió a su Hijo en propiciación por nuestros pecados. Amados, si Dios nos ha amado así, debemos también nosotros amarnos unos a otros. Nadie ha visto jamás a Dios. Si nos amamos unos a otros, Dios permanece en nosotros, y su amor se ha perfeccionado en nosotros.” 1 Juan 4:7-12

La antigua oración griega comenzaba: ”agapetoi agapomen”, esto es: “los que son amados, amémonos”.

El amor de Dios (agape), es un amor sacrificial, entregado, desinteresado, es el tipo de amor que no espera ninguna retribución; Dios nos amó de tal manera que sacrificó a su Hijo por nosotros. Humanamente no podemos entender ese nivel ni profundidad de la expresión de este divino amor; solo a través del Espíritu podemos ser capaces de comprender la anchura, la longitud, la profundidad y la altura de ese excelso amor, un amor que excede a todo conocimiento (Ef. 3:17-19).

El amor es la esencia de Dios, describe su corazón y carácter. Dios es la fuente de todo amor, de él emana. Él nos ama no porque seamos objetos merecedores de ese amor, sino por su misma naturaleza divina, él es amor.

Cuando la persona ha nacido de Dios (nacido de nuevo), el amor ha sido sembrado en su corazón, la gracia de Dios se ha derramado en su vida, y como consecuencia, demuestra ese amor a las personas que le rodean. Amarnos como hermanos, unos a otros, es el resultado de ser amados; el amor recibido del Padre es la provisión con la cual amamos a los demás.

Esta reflexión nos lleva a distinguir entre el amor puro y genuino de Dios, del falso amor que ofrece el mundo. El “amor” que ofrece el mundo es un amor egoísta, pasajero, volátil, efímero; el mundo ha tergiversado tanto el concepto de lo que es el amor, lo han abaratado y por tanto, ha sido mal comprendido. El verdadero amor nace de Dios, es un don permanente, limpio y santo.

Ese amor con el cual somos exhortados en este pasaje a demostrarnos (1 Juan 4:7-12), no es un logro humano, es de origen divino, y todo aquel conoce a Dios, tiene inherente esa divina capacidad de amar.

El amor de Dios en nuestros corazones crece conforme crecemos en su gracia, esto es, que a medida que crezcamos en el Señor, nuestro amor hacia los demás también crece y se perfecciona (1 Jn. 4:12); podemos amar más entregadamente, incondicionalmente, desinteresadamente, en tanto que estamos más cerca de Cristo y Su Palabra.


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Pastor Gustavo Miranda

Pastor en Iglesia Bautista Berea en Gómez Palacio, Dgo.
Doctor en Teología, maestro en educación y ministro de música y adoración.

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