Gustavo Miranda

El sentir de Cristo

”…sed todos de un mismo sentir, compasivos, amándoos fraternalmente, misericordiosos, amigables; no devolviendo mal por mal, ni maldición por maldición, sino por el contrario, bendiciendo, sabiendo que fuisteis llamados para que heredaseis bendición.” 1 Pedro 3:8,9

 

No cabe duda de que todos, en algún momento, desearíamos que los demás compartieran y se amoldaran a nuestro propio sentir, y que si somos de un mismo sentir que este sea “mi sentir”.

Sin embargo, la Palabra de Dios, al exhortarnos con la frase: “sed todos de un mismo sentir” 1 P. 3:8, no nos llama a que unos se adapten al pensamiento de otros, sino a que todos nos conformemos al sentir de Cristo. Este principio queda claramente evidenciado en las virtudes que el mismo texto presenta a continuación, las cuales describen el carácter del Señor: “compasivos, amándoos fraternalmente, misericordiosos, amigables; no devolviendo mal por mal, ni maldición por maldición” (vv. 8–9).

 

El apóstol Pablo se dirigió a la iglesia de Filipos con esta misma exhortación, un llamado claro a vivir en unidad a través del amor y la humildad. El apóstol Pablo animó a la iglesia a manifestar “consuelo de amor, afecto entrañable, misericordia”, a tener “el mismo amor, unánimes, sintiendo una misma cosa”, y a vivir con humildad, “estimando cada uno a los demás como superiores a sí mismo; no mirando cada uno por lo suyo propio, sino cada cual también por lo de los otros” Fil. 2:1–4.

Pablo continúa diciendo: _”Haya, pues, en vosotros este sentir que hubo también en Cristo Jesús, el cual, siendo en forma de Dios, no estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse, sino que se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo, hecho semejante a los hombres; y estando en la condición de hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz”_ vv. 5-8.

 

Pablo continúa su enseñanza llevando el enfoque al corazón del evangelio: la actitud de Cristo. “Haya, pues, en vosotros este sentir que hubo también en Cristo Jesús” Fil. 2:5. Nos invita a adoptar Su manera de pensar, Su humildad, Su entrega, y Su obediencia. Jesús, siendo en forma de Dios, no se aferró a su igualdad con Dios, sino que se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo, haciéndose semejante a los hombres y humillándose hasta la muerte, y muerte de cruz.

 

Dios nos llama a la unidad, pero no a una conformidad basada en la adaptación mutua de criterios o preferencias humanas. El llamado es mucho más intenso: se nos exhorta a vivir conforme al sentir de Cristo, reflejando Su carácter, obediencia, compasión y humildad en nuestras relaciones y en nuestro servicio.

 

En el momento de haber sido alcanzados por el poder transformador del evangelio, recibimos “la mente de Cristo” 1 Co. 2:16. Esto nos otorga, por medio del Espíritu de Dios, la capacidad sobrenatural de discernir y conocer los deseos y propósitos de Cristo para Su iglesia.

 

En la última oración de su ministerio terrenal, Jesús rogó al Padre la unidad de sus discípulos: “para que todos sean uno; como tú, oh Padre, en mí, y yo en ti; que también ellos sean uno en nosotros, para que el mundo crea que tú me enviaste” Juan 17:21.

Este ruego nos revela que la unidad es más que un valor espiritual, es un testimonio poderoso ante el mundo. Solo cuando vivimos en verdadera unidad, podremos manifestar la gloria de Cristo. Y es únicamente en esa unidad, cimentada en el amor, donde el mundo podrá reconocer que somos sus auténticos discípulos: “En esto conocerán todos que sois mis discípulos, si tuviereis amor los unos con los otros” Juan 13:35.

 

Reflexionemos:

De manera natural, el ser humano está inclinado hacia el pecado, es egocéntrico y carnal, y, guiado por sus impulsos naturales, responde a las pequeñas ofensas con agresión y resentimiento. No cabe duda de que solo una obra sobrenatural, proveniente de una fuente divina, es capaz de llevar a cabo tal transformación en personas ordinarias. Es a través de esta intervención divina que somos integrados a una familia amorosa en la fe, la cual nos modela y nos transforma. Dios, en su infinita gracia, nos hace compasivos, fraternales, misericordiosos, y corteses. Nos enseña a devolver bien en vez de mal, a no ser vengativos ni rencorosos, y a vivir según los principios del Reino de Dios, reflejando así el carácter de Cristo en nuestras relaciones y en nuestra vida diaria.

 

La exhortación de Cristo en este pasaje es pues, no es solo un llamado a la unidad, sino a una unidad centrada en el carácter de Cristo. La verdadera unidad en Cristo no se basa en la uniformidad de pensamientos humanos, sino en la disposición mutua de reflejar el carácter de Aquel que nos llamó.


 


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Pastor Gustavo Miranda

Pastor en Iglesia Bautista Berea en Gómez Palacio, Dgo.
Doctor en Teología, maestro en educación y ministro de música y adoración.

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